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La palabra «aromaterapia» surgió a comienzos del siglo XX para referirse al uso de aceites esenciales y plantas en diversos tratamientos de enfermedades físicas y psíquicas. Pero los principios en los que se basa se remontan a la civilización egipcia, que conocía muy bien las propiedades curativas de las plantas.
Entre el siglo XIX y los primeros años del siglo XX, en las farmacias y herboristerías se utilizaban plantas para elaborar infusiones y pomadas. Sin embargo, los secretos y los poderes escondidos en las plantas se perdieron a lo largo del tiempo y fueron substituidos por la ciencia.
En 1920, René Maurice Gattefossé, un químico francés procedente de una familia que poseía una empresa de perfumes, se lanzó al redescubrimiento de las milagrosas propiedades de las plantas. Se cuenta que un día cuando trabajaba, Gattefossé se quemó gravemente la mano y la sumergió en aceite esencial de lavanda. La quemadura se curó rápidamente sin que quedasen ampollas. Así, se puede considerar que a partir de sus estudios nació la llamada Aromaterapia Moderna.
También fue una contribución preciosa la de Marguerite Maury, una bioquímica francesa que comprobó los efectos terapéuticos de los aceites esenciales en el cuerpo y en la mente y desenvolvió el método de dilución y aplicación de los aceites esenciales en masajes.
La madurez de la aromaterapia moderna se alcanzó en 1980, momento en el que los bioquímicos aislaron en los aceites esenciales los componentes responsables de sus increíbles propiedades. A partir de entonces la ciencia volvió a centrar sus investigaciones en el estudio de las plantas. La aspirina conocida mundialmente (ácido acetilsalicílico), por ejemplo, se elaboró a partir de una sustancia química, la salicina, encontrada en la corteza del sauce. Las propiedades antipiréticas y analgésicas del sauce ya eran conocidas por Hipócrates que recomendaba té de hojas de sauce para el alivio de los dolores y la fiebre.